Vivir la pureza en todos los estados
Vivir
la pureza en todos los estados CASTIDAD/AGUSTIN (Sermón 132)
Según
hemos oído, al leerse el Santo Evangelio, Nuestro Señor Jesucristo nos exhorta
a comer su carne y a beber su sangre (cfr. Jn 6, 56 ss), ofreciéndonos por ello
la vida eterna. No todos los que oísteis estas palabras las habréis
comprendido. Los que ya habéis sido bautizados, y sois fieles, conocéis su
significado. Los que todavía sois catecúmenos, y os llamáis auditores,
habéis escuchado la lectura quizá sin entenderla. A unos y otros se dirige
nuestro sermón. Los que ya comen la carne del Señor y beben su sangre, mediten
lo que comen y beben, no sea que—como dice el Apóstol-- coman y beban su
propia condenación (cfr. 1 Cor 11, 29). Los que todavía no comen ni beben,
apresúrense a venir a este banquete, al cual han sido invitados (...).
Si
deben ser exhortados los catecúmenos, hermanos míos, para que no se demoren en
venir a la gracia de la regeneración, ¡cuánto más cuidado hemos de poner en
edificar a los fieles para que les aproveche lo que comen, y no coman y beban su
propio juicio cuando se acercan al banquete eucarístico! Para que no les suceda
eso, lleven una vida recta. Sed predicadores no con sermones, sino con vuestras
buenas costumbres, a fin de que, los que aun no han sido bautizados, se
apresuren de tal manera a seguiros que no perezcan imitándoos. 242
Los
que estáis casados, guardad la fe conyugal a vuestras mujeres, y dadles lo que
de ellas exigís. Exiges de tu mujer que sea casta; pues tú tienes obligación
de darle ejemplo, no palabras. Mira bien cómo te comportas, pues eres la cabeza
y estás obligado a caminar por donde ella pueda ir sin peligro de perderse.
Más aún: tienes obligación de recorrer la senda por donde quieres que ande
ella. Exiges fortaleza al sexo menos fuerte, y los dos tenéis la concupiscencia
de la carne: pues el que se considera más fuerte, sea el primero en vencer.
Sin
embargo, es muy de lamentar que muchos maridos sean superados por sus mujeres.
Guardan ellas la castidad que ellos se niegan a mantener, pensando que la
virilidad reside precisamente en no guardarla como si fuera más fuerte el sexo
que más fácilmente es dominado por el enemigo. ¡Es preciso luchar, combatir,
pelear! El varón es más fuerte que la mujer, es la cabeza de ella (cfr. Ef 5,
23). Lucha y vence ella, ¿y sucumbes tú ante el enemigo? ¿Queda el cuerpo de
pie, y rueda la cabeza por el suelo?
Los
que todavía sois solteros, y os acercáis a la mesa del Señor, y
¿Te es acaso imposible la pureza que reclamas en ella? Si fuera imposible para ti, también lo sería para ella. Pero, si ella puede ser pura, con su pureza te enseña lo que tienes obligación de ser. Ella puede porque la guía Dios. Además, más gloriosa sería la virtud en ti que en ella. ¿Sabes por qué? Porque ella está bajo la vigilancia de sus padres y la misma vergüenza de su sexo la contiene; porque teme las leyes que tú atropellas. Luego si tú hicieras lo que ella hace, serías más digno de alabanza, porque sería prueba clara de que temes a Dios. Ella tiene muchas cosas que temer además de Dios; pero tú sólo temes a Dios.
El
que tú temes es mayor que todos y es preciso que se le tema en público y en
privado. Sales de tu casa, y te ve; entras, y te ve también. No importa que
tengas la casa iluminada o que la tengas a oscuras: te ve. Es lo mismo que
entres en tu dormitorio o en el interior de tu propio corazón, porque no
podrás sustraerte a sus miradas. Teme, por tanto, al que te ve siempre; témele
y sé casto, al menos por eso. Pero si deseas pecar, busca —si puedes—un
sitio donde Dios no te vea, y entonces haz lo que quieras.
En
cuanto a los que habéis decidido guardaros totalmente para Dios, castigad
vuestro cuerpo con más rigor y no soltéis el freno a la concupiscencia ni
siquiera en las cosas que os están permitidas. No basta con que os abstengáis
de relaciones ilícitas, sino que incluso habéis de renunciar a las miradas
lícitas. Tanto si sois hombres como si sois mujeres, acordaos siempre de llevar
sobre la tierra una vida semejante a la de los ángeles. Los ángeles no se
casan ni son dados en matrimonio, y así seremos todos después de la
resurrección (cfr. Mt 22, 30). ¿Cuánto mejores sois vosotros, que comenzáis
a ser antes de la muerte aquello que serán los hombres después de resucitar?
Sed
fieles en el estado de vida que tengáis, para recibir a su tiempo la recompensa
que Dios tiene reservada a cada uno. La resurrección de los muertos ha sido
comparada a las estrellas del cielo. Las estrellas—dice el Apóstol—brillan
de distinta manera unas que otras. Así sucederá en la resurrección de los
muertos (I Cor 15, 41). Una será la luz de la virginidad, otra la de la
castidad conyugal, otra la de la santa viudez. Lucirán de distintos modos, pero
todas estarán allí. No será idéntico el resplandor, pero será común la
gloria eterna.
Meditad seriamente en vuestra condición, guardad vuestros deberes de estado con fidelidad, y acercaos confiadamente a la carne y a la sangre del Señor. El que no sea como tiene obligación de ser, que no se acerque. ¡Ojalá sirvan mis palabras para excitaros al arrepentimiento! Alégrense los que saben guardar para su cónyuge lo que de su cónyuge exigen; alégrense los que saben guardar castidad perfecta, si así lo han prometido a Dios. Sin embargo, otros se contristan cuando me oyen decir: que no se acerquen a recibir el pan del cielo los que se niegan a ser castos. Yo no quisiera tener que decir esto, pero ¿qué voy a hacer? ¿he de callar la verdad por temor a los hombres? Porque esos siervos no teman a su Señor, ¿no habré de temerle yo tampoco? Pues está escrito: tenías obligación de dar y sabías que yo era exigente (cfr. Mt 25, 26).
Ya he
dado, Señor y Dios mio; he entregado tu dinero en presencia tuya y de tus
ángeles y de todo el pueblo, pues temo tu santo juicio. He dado lo que me
mandaste dar; exige tú lo que tienes derecho a recibir. Aunque yo me calle, has
de hacer lo que conviene a tu justicia. Mas permite que te diga: he distribuido
tus riquezas; ahora te suplico que conviertas los corazones y perdones a los
pecadores. Haz que sean castos los que han sido impúdicos, para que en
compañía de ellos pueda yo alegrarme delante de Ti, cuando vengas a juzgar.
¿Os
agrada esto, hermanos míos? Pues que sea ésta vuestra voluntad. Todos los que
no vivís limpiamente, enmendaos ahora, mientras aún estáis sobre la tierra.
Yo puedo deciros lo que Dios me manda comunicaros; pero a los impuros que
perseveren en su maldad, no podré librarlos del juicio y de la condenación de
Dios.
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